No hay árbol, pesebre ni villancicos; mucho menos un regalo envuelto en papel celofán. Los abrazos de los hijos, el beso de la esposa y la bendición de mamá, están presentes en cada celda de la prisión de Ternera, pero solo a través de los recuerdos de aquellos días en que no se valoraba, pues ni siquiera se pensaba, en la fortuna de ser un hombre libre.
La cárcel San Sebastián de Ternera, con sus 2 mil 500 huéspedes permanentes, al igual que cada año, vive una Navidad en silencio. La ocasión lo amerita, no hay nada que festejar, es el polo opuesto de la alegría desbordada que se vive en las calles.
Pero será Rodrigo* quién les cuente cómo es vivir una Navidad y un Año Nuevo en el centro penitenciario de la ciudad; un joven cartagenero que este año pasó, por segunda vez, unas festividades decembrinas “desde el otro lado de la reja”, como él mismo dijo en una entrevista telefónica con Q’hubo.
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